La memoria social como construcción colectiva del presente

Españoles Franco ha muerto

"La memoria individual no es sólo personal: “...los recuerdos que constituyen nuestra identidad y proporcionan el contexto para cada pensamiento y acción no sólo son nuestros, sino que también los aprendemos, tomamos y heredamos en parte de unas reservas comunes, construidas, sostenidas y transmitidas por las familias, las comunidades y las culturas a las que pertenecemos...” (Prólogo de R.I. Moore a FENTRESS, J. y WICKHAM, Ch. (2003): Memoria social. Madrid: Cátedra, p. 12).

Españoles, Franco ha muerto”. Con estas palabras, Arias Navarro marca un antes y un después en la memoria de todos los españoles, una línea a partir de la cual la “máquina” del proceso democratizador marcha imparable hasta alcanzar el poder, de forma muy distinta a cómo lo había hecho 40 años antes la máquina militar del alzamiento.

El rápido y vertiginoso acontecer de todos los sucesos venideros, a partir de aquí, crea un horizonte histórico en la memoria social, de forma que lo que somos ahora, en casi toda su extensión, está construido sobre cimientos de experiencias y recuerdos de los últimos 30 años, por más que algunos se empeñen en revivir fantasmas caducos y esperpénticos anteriores a la muerte de Franco.

La manera en la que interpretamos las estructuras sociales, los fenómenos que se desarrollan a nuestro alrededor, nuestras representaciones del mundo o nuestras pautas de actuación no pueden, pues, entenderse ni separarse del momento histórico en que han emergido y se han  constituido, así como tampoco pueden separarse de los diferentes procesos históricos que dan lugar a su aparición.

La dimensión histórica implica la consideración de la realidad social como proceso. Cualquier fenómeno social tiene una temporalidad y cambia con el tiempo. No puede analizarse como producto acabado. En caso de hacerlo, estaríamos prescindiendo de su proceso de constitución, omitiendo el transcurso de su desarrollo, que es el que ha llevado a que sea tratado de una determinada manera en un momento histórico concreto.

No podemos recuperar un pasado inalterado del flujo temporal, y debemos admitir que el pasado se interpreta y se resignifica cambiando en función del presente. El tiempo nunca deja de fluir, y en este discurrir, se insertan nuevos acontecimientos, situaciones, hechos... que obran sobre el pasado. A esta construcción significativa del pasado no solo incorporamos acontecimientos de diferentes pretéritos, sino también contemporáneos, adhiriéndole distintos aprendizajes, conocimientos y experiencias vitales. Con todo ello, iniciamos un proceso de comprensión y creación de significado que comporta la apertura de multitud de interpretaciones y resignificaciones.

Todos estos hechos hacen que transformemos nuestra memoria, implicando la elaboración de un nuevo sentido del pasado a la luz de los acontecimientos posteriores, utilizando un discurso que ordena el pasado de forma que quede legitimado al orden social actual.

El relato histórico de cualquier colectividad, la identidad nacional de un pueblo, es un constructo basado en la memoria, conjugándose el elemento individual con el colectivo. Pero, ¿en qué medida actúan uno u otro? Lo que recordamos, cómo lo recordamos, las circunstancias que elicitan ese recuerdo, ¿dependen de nuestra pertenencia al colectivo vinculándonos, por tanto, con los demás miembros?  ¿existe la memoria social como construcción colectiva? La respuesta es afirmativa.

Hablando de los recuerdos, los grupos sociales -en su diversidad- construyen sus propias imágenes del mundo, estableciendo una versión tácitamente acordada del pasado. La memoria social no es inmutable, sino un proceso de negociación constante y mediatizado entre el individuo y el/los colectivo/s de pertenencia. Y solo puede ser social si es capaz de transmitirse.

Los recuerdos también son un producto de la mente y, como tales, son signos, y los signos no recubren algo preexistente sino que lo conforma y lo crea. Los recuerdos no existen antes de que sean formulados por un actor, y son deudores de unas coordenadas sociales, culturales e históricas. (Meyerson , 1948). 

La memoria social de la muerte de Franco y el inicio de la monarquía –la llamada Transición- está hecha tanto de imágenes como de palabras convencionalizadas y simplificadas, y unas narraciones legitimadoras de la posición de unos grupos sociales determinados. Por otra parte, las narrativas dominantes de los mass media son los que poseen las mayores capacidades para convencionalizar, simplificar e inscribir el recuerdo de amplios sectores colectivos, en un intento de construcción de una memoria social de la Transición.

La Transición fue un proceso de cambio político que llevó al país de la Dictadura a la Democracia. Este proceso debía ser aceptado por quienes pretendían la continuidad del régimen así como los que conformaban la “oposición”, en el sentido de que sería un cambio que abriría los caminos de la libertad tan demandada. Así, apoyado por quien estuvo al frente del momento transicional, Adolfo Suárez, el primer consenso sería una determinada interpretación del pasado, como paso previo al consenso político.

Según los diferentes trabajos de campo realizados, la memoria actual de los españoles con respecto al pasado vivido indica una cierta ambigüedad. Por una parte, se piensa que la sociedad española actual no se parece en nada a la del pasado; y, por otra parte, que es deudora de la historia, no habiéndose olvidado las divisiones existentes en el pasado y permaneciendo todavía huellas de la época de Franco.

Conclusiones muy aproximadas, ofrece el discurso mediático predominante en la actualidad, por el que la Transición sería un comienzo y fundaría así una política, una sociedad y una administración sobre bases enteramente renovadas y diferentes a las existentes en el pasado. Asímismo, admite la pervivencia de elementos provenientes de ese pasado y pone de relevancia la fractura de las dos Españas aún latente.

El proceso de la Transición a la Democracia tiene para los españoles un carácter modélico, motivo de orgullo, incrementándose con el paso del tiempo esta sensación. Los protagonistas absolutos, el Rey y Adolfo Suárez, como actores principales y desempeñando el papel más relevante, como figuras que aparecen asociadas a la idea de motor o ejecutor del cambio del régimen.

Por su parte, en los mass media, esta presentación es muy similar, y tomando como protagonistas del cambio a personajes individuales, en una construcción de héroes, y en detrimento del protagonista colectivo, mucho más complicado de explicitar en una narración.

Podemos comprobar así cómo, en la construcción que realizamos del pasado, elaboramos descripciones plausibles, relatos y explicaciones convincentes y expresivas, narraciones significativas que se adecúan a los discursos que circulan en la sociedad, para que puedan ser pertinentes al contexto en el que se producen, utilizando el lenguaje como medio para ofrecer y sostener diferentes versiones, a través de su capacidad argumentativa y retórica.

Como ejemplificación del hecho del “ajuste” de la memoria al discurso actual, podríamos tomar diferentes hechos o símbolos que tenemos a nuestro alrededor: numerosas ciudades tienen plazas, calles, escuelas con el nombre del fallecido dictador o con el nombre de algunos ministros del régimen. La retirada de algunos símbolos, como es el caso de algunas estatuas de Franco, aún no ha concluido en muchas ciudades. Hace algunos meses en Madrid, la retirada de la estatua de Nuevos Ministerios provocó una protesta por parte del Partido Popular. En los libros escolares, se habla de la Guerra Civil y el Franquismo como un enfrentamiento, más que como un golpe de estado militar contra un gobierno legítimo. El Franquismo se caracterizó por una enorme represión y falta de libertades para los ciudadanos españoles; sin embargo, hoy en día, quién no ha oído decir que “con Franco, esto no pasaba. Podías andar tranquilamente por la calle” y otros comentarios similares.

En su momento, el papel de los antifranquistas o de las personas que militaron en la clandestinidad fue absolutamente imprescindible para que fuera posible el cambio, y ¿en la memoria de quién han quedado todos estos actores sociales? El Franquismo existió y sumió a España en una de sus etapas más negras y aislada del mundo,  y sin embargo, la memoria colectiva ha logrado que se resignifique esta etapa de la historia de España.

Gregorio Morán, periodista, publicó un libro en el que valoraba que la Transición había tenido un coste muy alto: “...la amnesia vinculada a una serie de falsedades consensuadas...”. “...Durante años decir la verdad sobre la transición era considerado desestabilizador de la democracia, y dar por bueno el engaño se consideraba como facilitar el asentamiento del nuevo sistema del nuevo sistema...”  MORÁN, Gregorio (1991): El precio de la transición. Barcelona: Planeta.

Como ejemplo muy significativo, el título del capítulo segundo del libro de Morán: “La Constitución del Reino de desmemoriados”.

La Sociedad española ha reinterpretado y resignificado esta etapa, mitificando el proceso de cambio a la democracia, y en el que se puede percibir una cierta autocomplacencia y quizá hasta “justificación” de algunos hechos anteriores a la Transición, pasando por alto muchos de los acontecimientos que ocurrieron y que son completamente contrarios a los derechos de cualquier ciudadano del mundo.

Con la muerte de Franco, no se inició el comienzo inmediato de la democracia, sino que se abrió un proceso de Transición a través del cual se llegó a la Constitución de 1978, consolidando el proceso democráctico. Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, como protagonistas de una cierta reconciliación nacional, y símbolos de cómo, partiendo de posiciones extremas, se llegó al entendimiento.

Sin embargo, no existió un verdadero proceso de purga, y muchos funcionarios afectos al régimen franquista –“reconvertidos”- continuaron y continúan en la vida pública.
La sociedad española aceptó y apoyó mayoritariamente este hecho como vía de reconciliación y de progreso social, pudiendo comprobar de nuevo cómo se reexplica y reconstruye el pasado, adaptándose la memoria colectiva a través de una retórica que justifica y es capaz de ofrecer una nueva versión perfectamente argumentada.

Vemos de nuevo un ejemplo de cómo el proceso de memoria, a través de la construcción de narraciones, en la que están presentes personajes, circunstancias, acontecimientos, hacen que se creen nuevas versiones que sirven a una determinada estrategia, y que constituyen un dispositivo de interpretación del pasado, que ayuda a negociar nuevas visiones y versiones de la realidad. La reconstrucción, a partir del momento mismo de la Transición y todo el proceso posterior hasta llegar a la aprobación de la Constitución, se ha hecho de momentos, acontecimientos y personajes de la Transición, utilizando en gran medida el recurso mediático y su discurso para reforzar nuevas significaciones e interpretaciones, que sirven a los nuevos intereses establecidos.

Finalmente, nuestra propia identidad social está configurada por un patrón, en mayor o menor medida compartido, de recuerdos del pasado, sometida como hemos visto a las fuerzas e intereses sociales.

Como conclusión, la Memoria Social, la circulación de la memoria, la construcción y la reconstrucción de la Memoria son de vital importancia, en la medida en que ayuda a legitimar o deslegitimar un sistema y asimismo en la medida en que la legitimación o deslegitimación de un sistema pueden favorecer el desorden y consecuentemente, el cambio.

La institucionalización de la memoria colectiva corre a cargo de las conmemoraciones. Se trata de preservar la continuidad intentando preservar experiencias pasadas para legitimar la situación presente y se puedan, así, prescribir las expectativas de futuro.