Maus: una herida que no cierra
Este trabajo no pretende dar la respuesta a lo que ocurrió, sino hacer un repaso sintético por algunos, que no todos, los factores clave como son el autoritarismo, la influencia del contexto, el uso del poder, la obediencia a la autoridad, que, en mi opinión, han de tomarse en consideración a la hora de hacer una nueva aportación al comentario perpetuo sobre el holocausto. Y, finalmente, el rastro del Holocausto en la Modernidad.
“Maus, Retrato de un superviviente”, de Art Spielgeman, nos sirve de base y recordatorio.
Vladek, representa uno de tanto judíos que un buen día, sin saber muy bien por qué dejaron de ser considerados dignos de la vida para ser considerados dignos de la más profunda crueldad, como fue su exterminio injustificado, “la solución final”, por religión, cultura, procedencia, etc…
Art, su hijo, cuenta en su libro sus conflictos con su padre además de los suyos propios –intentando encontrar también sentido a su vida-, utilizando sus dibujos para “dibujar” la persecución a la que se vio sometido el pueblo judío. Él quiere entender a Vladek, a su progenitor, al hombre y superviviente de la persecución nazi.
Podría ser una de tantas historias, pero algo que llama poderosamente la atención, además de utilizar la forma de cómic, es el uso de animales antropomórficos: ratones para los judíos, simbolizando la “ratonera” en la que se convirtió la Polonia ocupada, gatos para los alemanes –sus cazadores-, cerdos para los polacos, por haberles traicionado… Y, Art se auto-caracteriza como hombre con careta de gato. Interpreto que quizá sea la expresión de la afectación de los hijos y nietos de los supervivientes, pero que no lo vivieron en primera persona.
Comienza con un episodio de la infancia de Art, pero de repente entra a escena la figura de su padre, de Vladek, comenzando la historia de su supervivencia al Holocausto Nazi. A partir de aquí, impone su relato al de su hijo. Quizá aquí ya encontramos la primera muestra de autoridad, que nos lleva directamente a uno de los conceptos, para mí clave en la Psicología social y tema recurrente desde los años 20: el Autoritarismo.
El autoritarismo parece formar parte de la cultura del hombre occidental, por razones de educación, tradición de siglos y siglos, o quizá por razones psicológicas individuales, o, en mi opinión, influido por ambas variables, que aparece sobre todo en momentos de crisis profundas, económicas, sociales, culturales, etc… como ocurrió en Alemania.
Los textos más importantes sobre autoritarismo siguen siendo la investigación que hicieron Adorno, Frenkel-Brunnswick, Levinson y Standford, focalizando su estudio en la personalidad autoritaria. El holocausto judío fue una de sus aspiraciones. Adorno ha sido uno de los autores que más ha descrito y teorizado sobre la personalidad autoritaria, utilizando para explicarlo una serie de escalas, Escala F (Fascismo potencial o autoritarismo) con sus 9 componentes. Tras él, Altermeyer que pasa de 9 a 3 actitudes, poniendo foco en el aprendizaje social. La teoría de Duckitt viene a centrar la teoría en la identificación del individuo con el grupo.
El autoritarismo se ha asociado tradicionalmente al conservadurismo, a la derecha, pero no está tan claro que las personas autoritarias sean de derechas y que las de izquierdas no lo sean. Véase el ejemplo de Stalin, y sus purgas, en las que miles de miembros y no miembros del Partido Comunista fueron perseguidos o ejecutados, justificando esto con el argumento de limpiar el camino de elementos disidentes o saboteadores. O también, las persecuciones que sufrieron los kulaks (granjeros ricos soviéticos) y las minorías, por ser considerados una potencial ayuda para el enemigo.
Analizando a Hitler, percibimos características de una personalidad autoritaria, según la escala F, como convencionalismo, agresividad autoritaria, anti-intracepción –todo lo asociado a la debilidad-, superstición y estereotipia, poder y dureza, afán destructivo, proyectividad, y, cómo no, el aspecto sexual (ambigüedad en lo que respecta a Hitler).
Fromm, por su parte, lo explicó desde el punto de vista de la ambivalencia respecto a la libertad y el deseo, muchas veces de forma inconsciente, en un intento de escape de la carga que suponen, y es ahí donde estaría la susceptibilidad de la persona a la propaganda totalitaria: su “miedo a la libertad” se convierte en el fundamento del individuo autoritario.
Pero, ¿podríamos concluir que la razón por la que se produjo el exterminio y la persecución de los judíos fue únicamente por el tipo de personalidad de Hitler?
La respuesta, en mi opinión, es negativa, podríamos decir que es una base ideal para llevar a cabo actos de tal calibre, pero no basta, necesitaba ingredientes adicionales como un contexto espacio-temporal específico con unas determinadas variables, que le permite obtener un poder legitimado para llevar a cabo lo que entendía era su misión.
Considerar únicamente la personalidad autoritaria de Hitler no nos puede llevar a concluir que es la causa de lo que pasó; Otro ejemplo sería Slobodan Milosevic, expresidente de la Federación Yugoslava, acusado de crímenes de guerra y contra la Humanidad en Kosovo, Croacia y de genocidio por los crímenes ocurridos en Bosnia. Si indagamos en su personalidad, encontramos rasgos de una personalidad autoritaria, pero lo ocurrido tampoco está libre de la influencia de los factores sociales situacionales propicios para ello.
Al finalizar la primera guerra mundial, Alemania está sumida en una profunda crisis económica. Los alemanes se sienten humillados y perdedores, esclavizados por el resto de Europa; Existe un clima de descontento generalizado, esto es, un caldo de cultivo perfecto para un visionario como Hitler (y sus secuaces). Un hombre también muy acomplejado, nacido en Austria, con una infancia infeliz, educado con la máxima rigidez, recibiendo de su padre brutales palizas; un hombre sin oficio, y que marcha a Alemania en busca de fortuna, y es aquí donde empieza a tomar contactos con gente fascita, de derechas, con un discurso antisemita, buscando un enemigo externo a la propia Alemania como es el pueblo judío, con una cultura propia y que no se ha contaminado por las tradiciones alemanes, que forman sus propias sociedades herméticas, que tienen en su mano los bancos principales, una gran parte de los negocios de minoristas, un poder económico que no tenían los alemanes. Los judíos son catalogados como la “desgracia alemana”.
Y, en este entorno, Hitler llega al Poder.
Y Hitler utilizó su poder y autoridad legitimada a “lo Maquiavelo”, esto es, no desde una perspectiva intelectual, sino utilizando los diferentes escenarios para desplegar estrategias en busca de la satisfacción de “su verdad”. Un uso patológico del poder.
Hitler un hombre que no posee una formación educativa sólida, pero posee una gran capacidad demagógica, con un pensamiento que va de lo tradicional a lo radical, con un fuerte instinto, quizá desarrollado por sus inicios de carencia y escasez, y con todo esto llega hasta la jefatura de Alemania.
Y la masa sucumbe a los mensajes propagandísticos de Hitler, herramienta fundamental para el nazismo con Joseph Goebbels al frente. Se utilizan discursos sencillos pero pasionales sobre la superioridad germana, basados en una lógica simple, asentada en tres pilares: anticomunismo, anticapitalismo y antisemitismo. Discursos que, en ocasiones, plagian los de Marx, con proyecciones negativas contra los judíos: “¿Cuál es el fondo profano del judaísmo? La necesidad de práctica, la codicia. ¿Cuál es el culto profano del judío? El mercadeo. ¿Cuál es su dios? El dinero”. Como podemos comprobar, haciendo uso continuamente de la mala situación del país, el contexto social y económico deprimido del momento, y aprovechando para lanzar un mensaje de asesinato en masa, de genocidio.
Las masas necesitan escuchar a alguien que les asegure que la situación va a cambiar, que la vergonzosa rendición en Versalles va a poder ser, al fin, vengada. Necesitan que alguien les haga olvidar sus miedos.
A Hitler, por su parte, no le interesa la verdad de las cosas, sino el triunfo de su opinión sobre las demás opiniones; su objetivo es la persuasión, por encima de cualquier cosa, de sus ideas, no intenta entender, solo tiene una meta, que es eliminar las identidades individuales para conseguir una única identidad de grupo, de su grupo, que le ayude en “su misión”. Eliminar la diferencia, la diversidad, los comportamientos individuales. Una sociedad totalitaria es incompatible con la variedad. Este objetivo se ve en sus discursos propagandísticos: barrer las diferencias grupales y construir una identidad enfrentada al “otro” mediante el odio étnico. Más que pensamiento único, se trata de dogmatismo o falta de pensamiento, o mejor aún, de la apropiación del pensamiento.
El individuo incluido en un grupo no suele discutir los mandatos del jefe legitimado; lo más usual es la conformidad con la autoridad. Así, a través de la conformidad grupal, es cómo Hitler pretendió, y logró, transmitir y filtrar su pensamiento racista a través de sus secuaces de primera línea, sus generales, para pasar después al resto de la jerarquía militar, y de ahí a los ciudadanos.
Muchos y diferentes autores han intentado contestar a la recurrente pregunta de ¿cómo pudo ocurrir?, y, difícilmente, podremos llegar a obtener una respuesta única y definitiva. Entre ellos, el hombre que hizo posible, junto al pueblo alemán, la reconstrucción del país germano, Konrad Adenauer, se pregunta “¿Cómo fue posible que en esa guerra se hiciesen milagros de valor y fidelidad al deber, y que muy cerca, al lado, en el mismo pueblo, fuesen cometidos los mayores crímenes?”.
Así, el problema, según el propio Adenauer, podría ser una falsa opinión de todas las clases sociales alemanes con respecto al Estado, una falsa opinión del poder, de la situación del individuo frente al Estado, que lo había elevado al estatus de ídolo, al altar, sacrificando al individuo, su dignidad y su valor. Una convicción de la omnipotencia del Estado, de su primacía, de su concentración de poder sobre todo lo demás, incluso sobre los valores de la Humanidad.
Una sobrevalorización y sobreestimación del poder, a costa de una desvalorización de los valores éticos y de la dignidad del individuo. Una inundación del concepto materialista, del que se derivó la absoluta adoración al poder y el menosprecio al valor del individuo. Así, un pueblo preparado mental y espiritualmente hacia lo material y con una absoluta y exagerada obediencia al Estado, al que considera lo más elevado, en un entorno económica y culturalmente deprimido, fue un “caldo de cultivo” ideal para el horror nazi.
Y, así, entramos en un nuevo concepto: la Obediencia a la autoridad.
Tampoco podemos concluir que los alemanes fueran unas personas malvadas o afectados de una patología como puede ser el trastorno antisocial, por ejemplo, que presenta un patrón de desprecio y violación de los derechos de los demás en su grado máximo. Ésta sería, otra vez, una explicación demasiado simplista.
En su mayoría, podemos afirmar con casi total seguridad que eran padres y madres de familias que escuchaban a sus científicos, sus médicos, sus filósofos, sus políticos, etc…
Arendt dice que “no hay diferencia ontológica entre los perpetradores y nosotros, también hombres corrientes y superfluos, con nuestros “valores” y “virtudes”. Se trata de personas “obedientes” que cumplían con la ley y que se limitaron a cumplir órdenes.
Tenemos un ejemplo en Adolf Eichmann que fue juzgado por los crímenes contra la humanidad cometidos durante el régimen nazi, un aparentemente padre de familia, incluso aburrido a decir de algunos, y que cada vez que se le preguntaba por el motivo de su comportamiento, él respondía: “Cumplía órdenes”; o Rudolph Hess, que afirmó rotundamente que era un patriota al servicio de su país, que no tenía nada en contra de los judíos y que, por encima de todo, estaba la “obediencia a la autoridad”.
Esto nos remite directamente a los experimentos de Milgram, y el denominado “estado de agente”, en el sentido de que el sujeto es un agente ejecutivo de una autoridad que él considera legitimada. Así, cuando una persona forma parte de una determinada estructura jerárquica puede descargar toda la responsabilidad de sus actos en la persona de rango superior o el poder.
Por otra parte, la estructura social da lugar a una norma muy interiorizada en la sociedad occidental, la de la obediencia a la autoridad legítima. ¿Quién no respeta la “autoridad” política, científica, institucional…?
Por tanto, para que se de una obediencia, la autoridad debe ser legitimada. En el caso de Alemania, la autoridad de Hitler fue legitimada por el pueblo alemán; su capacidad demagógica consiguió convencer al pueblo inmerso, como decíamos antes, en un contexto idóneo para generar esta legitimación.
Si nos detenemos aquí, ésta podría ser una explicación del porqué de esa obediencia “ciega”. Pero, también debemos contar con la norma social aprendida de “no hacer daño a los demás”, y, en el experimento de Milgram, produjo una gran ansiedad en los sujetos.
Así, esto hace que cuando la víctima se sitúa frente al verdugo, éste se vea reflejado en ella y su “obediencia a la autoridad” se vea disminuida, haciendo más consciente al verdugo de sus “malos actos”, aumentando su sentido de responsabilidad social.
En el caso nazi, predomina la obediencia a la autoridad por encima de la responsabilidad social, se sustituye la responsabilidad moral por la responsabilidad técnica (Bauman), en un entorno en el que la identidad individual se ve mermada en pro de la identidad grupal –todos visten de uniformes, lo que les hace menos diferentes y más homogéneos-. Se trata de un conjunto de funcionarios, cada uno con una responsabilidad diferente en la maquinaria de la matanza: introducción en las cámaras-activación del gas-transferencia de los cadáveres a los hornos, y quedando la ejecución final a los llamados Sonderkommandos (comandos especiales). De esta forma, el que cada uno tenga una función muy específica contribuye a la disolución de la responsabilidad, sin mayores cuestionamientos sobre la finalidad de sus acciones individuales.
Finalmente, el rastro del Holocausto en la Modernidad: Auschwitz sirve, según Adorno y Horkheimer, para evidenciar el problema de la Modernidad: razón y ciencia no evitan barbaries de este calibre, presentándonos así los límites de la Modernidad. El Holocausto hace que se proyecten nuevos símbolos críticos de la modernidad, nos indican el carácter contradictorio de la modernidad occidental.
Bauman, por su parte, invoca a la modernidad como clave para explicar el Holocausto, entendiendo que es precisamente la racionalidad de la modernidad, lo que hizo posible al Holocausto. Para Bauman, el Holocausto es producto de la capacidad técnica y burocrática destructiva del Occidente moderno. Y más aún, que siguen presentes, expresándose en otros actos destructivos.
Cuando se supone que la sociedad se educa, existen mejoras sociales y económicas, progresiva convivencia armónica y racional entre las personas, resulta que nos topamos con el Holocausto. Y es por ello, por lo que Bauman atribuye las razones a la modernidad, porque fue gestado en esta sociedad y cultura y no en otra. Absolutamente planificado, organizado, impersonalizado, burocratizado y tecnologizado. Es decir, a través del uso de todas las nuevas tecnologías que nos presenta la Modernidad para, se supone, conseguir la mejora del bienestar de la Sociedad.
Como conclusión, no significa que la Modernidad, la personalidad autoritaria del Jefe del Estado, o la obediencia a la autoridad, o un contexto socio-histórico determinado, sean los que produzcan holocaustos. Estos elementos no son suficientes en sí mismos pero sí necesarios, y su confluencia es lo que puede potencialmente dar lugar a que se produzcan nuevos Holocaustos.